jueves, 27 de mayo de 2010

LA SILLA

Harta ya de aguantar ese culo gordo encima de sus aneas decidió suicidarse rompiéndose una pata.

Su vida fue dura y maloliente. Llegó a la casa de una señora grande, con un marido misterioso y pocohablante un día soleado de enero del sesenta y ocho. Cinco niños, si es que se le puede llamar así a unos duendes bufones que la acosaban y la sometían a torturas inquisitoriales. Le ataban a Grandullón a una pata. Y el bicho-chucho semejante la arañaba, la mordía, se meaba en sus bien curtidas bases. Se subían encima los monstruos locuelos de camiseta deshilachada y saltaban. La empleaban de trampolín. La humillaban. La vejaban. El chucho-bicho la odiaba. Ella, la querida por su fabricante, la esbelta, la llamada a brillar y eternizarse por los tiempos. La digna de un palacio de ámbar.
El marido no decía nunca nada. Delgado como un hilo de seda murió hace ya; tal vez de un berrinche contenido. Pero el culo. El culo gordo era su suplicio. Anunciaba su llegada con un olor pestilente. El tufo se percibía antes de que entrara en el zaguán. Y entonces… Era el llorar y el chirriar de dientes. Ya le dolían las maderas y sudaba de pensar lo que sucedería: la muerte en peso; la tierra entera sobre un guisante.

Por eso lo determinó. Se serró media pata. Lo justo para que al llegar el gordo cayera sobre ella por última vez y recogiera sus astillas algún ángel compadecido.
(publicado en: "OFICIO DE BREVEZAS" Editorial ACUMAN. Toledo. 2004)

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